En esta “era de la información” ya presentada, se ve sin dificultad la escasa o nula importancia que tiene el conocimiento. La información reemplaza –a efectos prácticos– el tradicional papel del conocimiento (llamada gnosis o jñana), tanto en su enunciación teórica (la cual se ha vuelto ya incomprensible para los modernos), como su expresión simbólica (la cual ya ha sido invertida al servicio de la modernidad, tal y como se ha visto en capítulos anteriores). Condenado a la ignorancia en términos metafísicos, el hombre moderno aspira tan sólo a “estar informado”, y –como se verá– ni tan siquiera esta aspiración resultará beneficiosa para él mismo. La información ejercerá –con todo rigor– de “ilusión”, de pesadilla mediática, de percepción de segunda mano sobre lo que el moderno identifica con torpeza como “el mundo”. El papel tradicional que la “mitología” tenía para explicar el mundo bajo interpretación del criterio humano, ahora se invierte en una satánica red de proyección de figuras míticas (el massmedia) que impone una versión no interpretable de un mundo paupérrimo carente de realidad. La inversión luciferina se lleva hasta el máximo extremo concebible: si en el mundo humano “la verdad es”, en el Novus Ordo Seclorum la verdad ya no sólo “no es”, sino que “sucede”, y es valorada cuantitativamente mientras ésta es recogida por los medios de información. Desde este esquizofrénico punto de vista, lo que “no es noticia” ni existe ni es verdad; y lo que “es noticia” es mentira de la misma forma, pero la existencia que el massmedia le da, le otorgará una utilidad diabólica. 

La causalidad universal queda reducida intencionadamente a una deprimente “actualidad”, en la que agencias de información transnacionales determinarán qué, cómo, cuándo y por qué suceden las noticias. Como piezas del engranaje de esta maquinaria, se encuentran los periodistas, profesión liberal moderna por excelencia, actividad cuyo único requisito fundamental para ser ejercida es la ausencia absoluta de capacidad crítica sobre la estructura que da sentido a dicho trabajo. Un moderno periodista será un tipo con alguna que otra habilidad como escritor, más o menos locuaz, más o menos cretino, más o menos inconsciente de su papel de condicionado observador a sueldo… pero siempre será alguien con la certeza arrogante de que lo que está “reportando” es cierto. “Yo lo vi.”, “Yo fui testigo.”, “Yo tengo fuentes de confianza.”, “Yo lo grabé.”… Inconscientes de que es su misma actividad la que da existencia a los hechos, los periodistas van contando al hombrecito común la historia pseudo-mitológica que explica –con la mayor torpeza posible– lo que sucede en el mundo.

Y lo que sucede en este fragmentadísimo mundo no es sino una serie de datos estructurados en diferentes categorías de programación mental, las “secciones” periodísticas: “internacional”, “nacional”, “economía”, “deportes”, “sociedad”…

Así es como se le cuenta la nueva explicación de su situación esclava al “nuevo hombre”. Lo peor es que éste se cree el cuento sin rechistar, y agradece la información con audiencias televisivas, entradas a internet, o subscripciones a  periódicos. Se comprobará que las categorías de la información ya expresan explícitamente la taxonomía del sucedáneo gnoseológico de la modernidad: la “información”.

Tal y como se vio con las “confesiones religiosas” (Capítulo 8) o los “géneros cinematográficos” (Capítulo 12), la manipulación mental siempre se apoya en una clasificación tipológica de la estructura emocional humana a través de la cual el sujeto manipulado encuentra una identidad. En el caso de la “información”, esta ilusión tendrá como principio invertido, una unidad cuantitativa y mensurable. En la “era de la información”, la mercancía informativa (y su comercio) se registra a través de una unidad de medida: el dato.

El dato como unidad cuantitativa de información: Si preguntamos a un moderno: “¿Estás bien informado?”. Él –después de decir sí o no– argumentará su respuesta con una serie de datos. Por lo tanto, la información se configura con datos, unidades cuantitativas de información con los que trafica el massmedia.

Cuando el hombre moderno enciende la televisión o abre un periódico, lo que está haciendo es abrir el canal de transmisión de datos del Establishment directo hacia su cerebro, que será el responsable de tratar (o en un lenguaje informático, “procesar”) esos datos. La pregunta más natural y espontánea que se hará el ser humano al identificar esa unidad de información, será: ¿Esos datos son ciertos o son falsos? Sin embargo, resulta curioso comprobar que incluso esta cuestión resultaría irrelevante para la exitosa maquinaria informativa global. En principio, estos datos no tienen por qué ser falsos, de hecho, serán ciertos en la mayoría de las veces. Generalmente, los medios de información ya no necesitan modificar o trampear los datos (eso no quiere decir que en ocasiones determinadas, los modifiquen, los trampeen, o incluso los inventan). Existe la “desinformación”, sin duda, pero el Establishment recurre a ella con menos frecuencia de lo que podría parecer. Por norma general, los datos que circulan en la “red de la información” son ciertos, y no necesitan distorsionarse para cumplir su satánico cometido. Y siendo así, ¿Por qué esa sucesión de datos más o menos ciertos, no expresan de ninguna forma una verdad, sino más bien todo lo contrario, una pobre versión oficial de los hechos malintencionadamente trampeada? Todo responde a una esquizofrénica ley matemática exacta: datos ciertos, más otros datos ciertos, más otros datos ciertos; es igual a una verdad informativa. Cuantos más datos haya en la suma, más verdadera será la verdad.

Aunque la capacidad de procesar datos no pueda tratar semejante cantidad de datos, cuantos más datos, más irrefutable será una verdad. Y si dicha capacidad colapsa, entonces la verdad adquiere la categoría absoluta. Es así de enfermizo.

¿Hay que recordar que esa verdad informativa no supone ser una verdad de ninguna de sus formas? Pongamos un ejemplo para hacer entender la maquinaria informativa global. A un europeo que nunca ha salido del interior de Europa, le enseñamos la foto de un ornitorrinco. Tras el dato visual, le decimos tres datos: a este bicho le gusta vivir en agua dulce, pone huevos, y tiene pico de pato. El europeo procesa la información, y dice: “Le gusta el agua, pone huevos… si tiene pico de pato es un pato, ¡Es un pato!”. Así, una completa falsedad se ha convertido en verdad informativa, sólo con una secuencia de datos ciertos. Mientras nos interese –como informadores– mantener en pie esa verdad, nosotros podemos reforzarla a través de más datos: este bicho nada muy bien, construye nidos, mide 40 centímetros… Sin embargo, el poder destructivo de la información no sólo permite mantener una falsedad como verdad a través de datos ciertos, sino que –en última instancia– permite destruir los principios cognitivos de verdadero y falso a través de una secuencia indefinida de datos. Ejemplo: tras ofrecer más datos sobre el ornitorrinco al europeo informado, le damos un dato clave: este animal es un mamífero. Tras escuchar el dato, el europeo se rasca la cabeza, y piensa: “Creo que los patos que conozco no hacen eso”; se vuelve a rascar la cabeza, y dice: “¡Es un pato un poco extraño!”. El europeo continúa escuchando fascinado datos, datos y más datos sobre el ornitorrinco. Tanto escucha sobre el ornitorrinco que son los propios patos europeos los que se han vuelto extraños; el ornitorrinco le es tan familiar que él define su nueva concepción de pato. Tras horas y horas de una continua secuencia de datos, el europeo sabe lo que ese bicho come, cuántas horas duerme, cuánto pesa, cuándo se aparea, cuántas crías tiene, cuántos años vive, cuáles son sus enemigos… y sin embargo, ¡no conoce nada al ornitorrinco! ¡Nada! No sólo eso: no conoce ni su nombre, ni el ser que ese animal es; y además lo confunde con un animal completamente diferente… ¡el pato! Si el informador quiere llegar a la última fase del proceso informativo de control mental, bombardeará la mente del pobre europeo con más y más datos (algunos ciertos, otros no tanto). 

La capacidad de procesar información encontrará su límite con cierto número de datos, y –entonces– la estructura mental del hombrecito colapsará de tal forma que nunca más podrá saber qué es qué, ni un pato, ni un ornitorrinco, ni otra cosa. Los datos seguirán en su memoria; ellos configurarán inútil información sobre una realidad que desconoce; él dirá “estar informado” con respecto a algún tema… y sin embargo, su capacidad cognitiva ha estallado en mil pedazos, y el control mental en manos del informador se habrá hecho ilimitado: si el informador da el dato de que ese bicho vuela, el europeo lo creerá; si le da el dato de que ese “pato extraño” es una amenaza para su seguridad, el europeo lo temerá; si le da el dato de que ese animal es un “enemigo público”, el europeo declarará la guerra a los ornitorrincos… ¡sin saber lo que son! Así funciona –grosso modo– el proceso informativo que sufre todo hombre moderno, con su opinión pública, con sus preferencias periodísticas, con sus ofertas mediáticas de canales de televisión.

¿Qué es la información? Una larga secuencia de datos alrededor de un abismo de profunda ignorancia. ¿Qué es un medio de información? El traficante que comercia con esos datos de los que se sirve la plataforma de control mental informativa. ¿Y qué es un hombre informado? Un esclavo con la mente bajo total control de un poder intangible que no puede identificar: la mentira impuesta por sus amos.

Y sin embargo, aunque cueste trabajo digerirlo, todo esto no sería lo más terrible que los medios de información pueden perpetuar en el indefenso hombre moderno. Ya hemos sugerido que –en última instancia- la información aspiraría a colapsar la capacidad cognitiva del hombre, es decir, destruir intelectualmente al ser humano. Esa aspiración se ha convertido actualmente en realidad: ya podemos ver ejércitos de zombis sin ninguna (subrayamos: ninguna) manifestación de actividad intelectual. Este libro no trata de ciencia-ficción, ni es futurista; sólo invita al lector a abrir los ojos ante un siempre inmediato presente: muchos hombres y mujeres modernos (con apariencia “normal”, caminan por la calle, pagan sus impuestos…) fueron destruidos mentalmente por la maquinaria informativa global. Y nadie ha dicho nada.

El colapso mental a través de la información: Bombardear con datos una mente. 

¿Qué importa que sean ciertos o falsos? Lo que se busca es que la mente se entregue a la fuerza manipuladora, que la inteligencia llegue a su mismo límite de autonomía, que el criterio se rinda arrojando la toalla. Un hombre moderno medio se expone cada día a una cantidad tal de información mediática que es incapaz de asimilar en términos psicofisiológicos: telediarios, periódicos, internet, radio, televisión, publicidad, pop… el hombre moderno es incapaz de integrar esos datos en su conciencia. 

¿Por qué se coloca al hombre moderno en una situación que le resulta insoportable? Pues precisamente porque es insoportable: la mente se rinde a tal sobre-estimulación, la capacidad cognitiva colapsa, y el runrún informativo se manifiesta triunfante como diabólico sustituto invertido del conocimiento. Así, el hombre moderno no sólo no conoce, sino que –lo que es peor- cree conocer a través de la información, y dicha información no es sino una programación, en el sentido “informático” del término. ¿Se trata por lo tanto de una “computarización” del intelecto humano? Eso es: exactamente eso. Para deshumanizar la mente humana basta con conseguir que dicha mente se identifique como computadora, basta con “programar” la mente con lenguaje informático. ¿Y qué es la informática? Etimológicamente, el mismo proceso de la  información antes expuesto. Son datos (bytes) de información lo que sobreestimula la capacidad cognitiva del moderno hasta su colapso en el control mental del ciudadano zombi. ¿Por qué colapsa la mente humana con esos bytes?

Porque la mente humana no opera bajo el dominio informático. La mente humana no sirve para “procesar información”, sino para “conocer”. La mente humana no es un ordenador aunque sea así tratada. No procesa sino conoce; no maneja datos, sino discierne la verdad. Sin embargo, la modernidad programa la mente del ser humano moderno a través de la imposición de un lenguaje informático, es decir, bytes de información. ¿Estamos diciendo que el massmedia global fuerza a la mente humana a una actividad que no le corresponde, con el fin de que ésta se autodestruya? Sí. Más claro no lo podemos decir: la información sirve de ilusión del conocimiento; la mente cree conocer mientras se autodestruye informatizándose; la deshumanización no es sino la mente hecha computadora. 

Esto resulta desconcertante porque este proceso sólo se acostumbra a identificar en el movimiento contrario: los científicos hablan de  “inteligencia artificial”, de producir “un ordenador que piense por sí mismo”, de “hacer una máquina que piense como un humano”. Sin embargo, para llegar al fin de la deshumanización, los progresos a pasos agigantados vienen del lado opuesto: ya hay personas “informatizadas”, ya hay personas cuya conciencia es una programación informática, ya hay personas que operan como perfectas máquinas. Mientras el hombre moderno espera sentado la producción de “inteligencia artificial” de manos de sus admirados científicos, ignora que estos ya han hecho de él un “artificio inteligente”. El hombre moderno pregunta: “¿Es posible la “inteligencia artificial?”. El científico responde: “¡Mírate en el espejo, hombrecito! ¿Y tú me lo preguntas? ¡Poesía eres tú!”.

¿Comenzamos a comprender qué se esconde detrás del “hombre moderno informado”? Cuando el massmedia informa a un hombre, está informatizando su mente, programando su conciencia, computarizando su alma. Nunca estuvo el ser humano tan lejos del conocimiento. IBN ASAD - VIA:ARREZAFE