Jemaa el Fna

"Situada en medio de Medina con la Kutubiyya (el minarete más alto e importante de la ciudad de Marràkech) como referencia al fondo, esta plaza que aquí la denominaríamos fría, pero que ni mucho menos tiene nada de esto, al contrario es toda ella un espectáculo extraordinario que va cambiando su puesta en escena a lo largo del día y sobre todo por la noche. Hace falta matizar que a parte de algunas concesiones al turismo, la mayoría de las actividades que se desarrollan en la plaza son pra uso y disfrute de los propios Marrakchís, donde se reúnen cada día para celebrar y disfrutar las múltiples y sorprendentes ofertas de todo tipo que allí se ofrecen a los sentidos del sorprendido y fascinado occidental que va por primera vez. Jemaa el Fna, plaza declarada patrimonio de la humanidad, empieza en la Plaza Foucauld y llega hasta el Zoco dónde hay el café de France y el restaurante Alhambra. Más o menos tiene una superficie de unos ciento cincuenta metros de anchura por doscientos de longitud. Su encanto no es el propio dado que en sí mismo no tiene nada, a excepción del asfalto duro. Su especial atractivo rae en el contenido que lo llena en varios momentos puntuales a lo largo del día y la noche. De buena mañana, antes de romper la alba, cuando todavía no ha sonado la plegaria del almuecí desde el minarete, dentro de una desorganització organizada, como si de una espècia de ritual se tratara, se empieza a llenar de toda clase de gente que empieza a montar las paradas de dátiles, plátanos, naranjas, melocotones, cebollas, sandías, tomates, patatas, limones, naronjas, té, menta fresca, etc. Perfectamente apiladas. lentejas, garbanzos y judías aguantan milagrosamente un delicado equilibrio similar al de dátiles de todos tipo o higos secos, cacahuetes y otros frutos secos o confitados. Todo tipos de flores y vendedores de zumo de naranja y especies como el azafrán, pimienta, espinilla, comino, nuez moscada o ají etc.. completan el barroco y colorido cuadro cromático y sensorial.
Más tarde llegan los encantadores de serpientes con sus grallas, las chicas que pintan con Henna y los aguadores con sus vestidos rojos, camisa blanca y singulares sombreros rojos también rematados por cordones de ropa. Estos aguadores provistos de un odre de piel, te ofrecen agua en unos vasos de cobre que llevan colgados. Siguiendo la tradición musulmana a los pobres les dan de beber gratuitamente. Son gente sencilla y apacible orgullosos de su tradición. Si les quieres hacer una fotografía tendrás de pagar como todo el que se menee a Marràkech. Con diez dirhams es suficiente. Rezongarán igual si les das veinte. Hacia mediodía, el fuerte calor (entre 34 y 38º a la sombra en verano) provoca bastantes deserciones a ambas bandas - vendedores y visitantes - pero por los alrededores de las seis empieza poco a poco a llenarse de nuevo, aún cuando en estos momentos del atardecer el espectáculo se debe contemplar desde la terraza del café de France. Allí mientras tomáis un delicioso té la menta podréis disfrutar de la puesta de sol que reverbera sobre la Kutubiyya y toda la parte sur de la ciudad, con el trasfondo de Gueliz a la derecha y las montañas de la Atlas en la lejanía difundidas en medio de la bruma del atardecer, mientras a bajo a la plaza el hormigueo de gente que empieza a montar sus paradas o chiringuitos se acentúa y, entonces en un momento puntual entre la puesta de sol y las primeras oscuridades de la noche, estalla la orgía de luz de miles de bombillas de gas, colores, olores, músicas y todo cuando os podáis imaginar y más. Escribas de encargo, tiradores de cartas, narradores de historias, músicos con sus laudes, ginbris y el insistente sonido de los tambores, otra vez las chicas de la henna pintando a la luz de una vela, luchadores, boxeadores, equilibristas, bailarines y bailarinas, grupos de juegos autóctonos, dentistas y las paradas de zumos de naranja, caracoles o pinchos morunos, cuscús, kefta, toujaen, pescado o dátiles, pastelitos de miel, huevos, verduras, hortalizas y otras variedades gastronómicas. Se trata de un auténtico placer para los sentidos que sorprende gratamente al occidental poco avezado al tipo de vida de los países árabes. Una vez se ha cenado se trata de ir dando vueltas por la plaza observando todas estas muestras variadas de espectáculo, alguna de ellas incomprensibles para un occidental. Ya os he dicho que muchas de ellas son específicamente para los habitantes de la villa, y es bueno que así sea, es el orgullo de las costumbres ancestrales no olvidadas que siguen perdurando ante la modernización que poco a poco se va abriendo paso. Y es la muestra que nosotros que nos pensamos que somos el país de la juerga en la noche, más abajo y a la vuelta de la esquina también les va la marcha. No somos tan diferentes pues aunque últimamente nos empiece a invadir la estúpida soberbia de la decadente sociedad europea. No hemos de olvidar que los árabes estuvieron ochocientos años a las tierras españolas. Era en aquella época en que el ignorante catedrático de burrología, Don Manuel Jiménez de Parga afirma que mientras los otras éramos una pandilla de cerdos los andaluces se bañaban en "aguas de colores" aguas que si lo eran, precisamente era gracias a los musulmanes que nos civilizaron un tanto y ahora, desagradecidos los rechazamos, y es que no hay nada más desagradecido que los ignorantes. Hecha esta apostilla que supongo molestará a alguien, pero así o creo y por lo tanto lo digo, volvemos a la plaza objeto de la narración: La gresca dura hasta las dos o las tres de la madrugada. Entonces la plaza se toma un pequeño descanso esperando ya los primeros madrugadores que en un par de horas volverán a recomenzar su ciclo. Y esto cada día del año para admiración de propios y extraños.
Os aseguro que quienes haya visto ponerse el sol mientras bebe pausadament un té a la menta, contemplando y participando del espectáculo en su totalidad, difícilmente podrá olvidarse por más tiempo que pase, de esta plaza. Y no es que se trate de una posta de sol excepcional, no es exactamente eso, simplemente es un conjunto de sensaciones, un extraño silencio rumoroso que llega arriba de la terraza del café de France, todo el ritual que prepara el estallido cuando las primeras sombras de la noche se apoderan de su entorno. Es toda una puesta en escena que la hace diferente, única e incomparable. 

Jemma el Fna: la plaza de los antepasados