Como ejemplo del efecto de esta falacia que, según Scruton, domina a políticos de diferentes ideologías, el escritor hace una crítica demoledora del funcionamiento de la Unión Europea, en la que altos funcionarios diseñan normas que han de aplicarse en países muy diversos. 
“La institución carece de medios para rectificar los errores y es muy difícil pedir responsabilidades a las personas que toman decisiones. (…) Algunas regulaciones son tan ridículas que pueden provocar las carcajadas de toda la Unión Europea, pero la risotada resuena en el vacío, pues no hay ningún responsable para sonrojarse o responder”. Así va, o más bien deambula Europa, como alma en pena en el marasmo de su desorden funcional.