Para 2020, 50 billones de objetos de nuestra vida cotidiana serán interconectados vía Internet (lo que se llama comúnmente el Internet of Things), y más importante, compartirán todos los datos: cuanta leche tomamos al día, cuál programa vemos en Netflix, cuanta luz utilizamos, cuál es nuestra presión sanguínea, etc.
A tal divulgación se opone el derecho humano a la privacidad. No quiero que Apple sepa cuál es mi presión sanguina cuando estoy corriendo en la mañana. Sin embargo, ¿Apple realmente se preocupa por este dato de James? La respuesta es no. Apple se interesa solamente en el mero dato, que en conjunto con los datos de los demás usuarios del Apple Watch le permite saber que cuando la gente corre, la presión sanguínea se eleva. Y este dato final a su vez sirve para identificar problemas de salud y sus soluciones.
En la actualidad, toda nuestra cultura es egocéntrica; el Yo y el YO. Yo tengo derechos humanos; yo tengo el derecho a no divulgar mis datos. Sin embargo, la verdad es que nadie está interesado en tu YO; lo que hoy cuenta son los datos. Y los datos no sirven si no se comparten; si no son procesados; y por lo tanto no hay conclusiones de este proceso. Conclusiones que, sin embargo, podrían permitir el avance de la ciencia, y del bien estar de la humanidad.
Ahora bien, muchos consideran este dataismo, según la expresión de Harari en su Homo Deus, como una religión. Dios es el Gran Proceso Unico (GPU) y nosotros sus sirvientes. Pero tal visión es falsa, porque justamente se basa en la mentira de que tenemos derechos innatos. Cuando formateamos un disco duro, tenemos la libre decisión de instalar un firewall para evitar intrusiones de fuera, o no instalarlo y compartir el disco con los demás, en el GPU, mas con el riesgo de ser víctima de un virus o de cualquier otro ataque cibernético. Lo mismo se aplica a la humanidad. ¿Continuamos con nuestro firewall llamado derechos humanos basado en la individualidad, o compartimos con la colectividad a través del ilimitado flujo de datos? Los defensores del dataismo en general se basan en un argumento sencillo: ¿si no tienes nada que esconder, porqué tienes miedo que se pública tu información? En lo personal, lo diría de otra manera: ¿realmente crees que en el GPU, donde hay millones y billones de información a alguien le importe que Pedro X, nacido el x, viviendo en la calle x, comió ayer espaguetis? No lo creo, al menos que seas una estrella de cine. Y aun así, ¿que le importa a la estrella que se sepa tal dato? Claro, el contra-argumento es que la estrella no necesariamente quiere que todo el mundo sepa que tiene hepatitis, y tal información además pueda perjudicar su carrera. Sin embargo, la solución es bastante simple: es sólo cuestión de anonimizar los datos, ya que son los que cuentan, no el individuo que las provee. En otras palabras, el acento no tiene que estar en la no-divulgación de los datos personales, sino en la anonimización de estos datos, lo que técnicamente es totalmente factible. Así se respetará la libertad del dato a fluir en el GPU, y viceversa la persona está protegida contra cualquier intrusión en su esfera privada.
Es por tradición oponer la hormiga al hombre: el colectivo sin individualidad, en contra del individuo que vive en colectividad. ¿El GPU aniquilará la individualidad? Pues depende. Si la individualidad es innata, la respuesta será afirmativa. Pero es falso. Prueba es que los países asiáticos como China viven como colectividad, mientras que el Occidente celebra la individualidad. Quiere decir, la individualidad es adquirida, no innata. No existe un derecho inherente a la persona para ser un individualista. Lo será si así la educación y la cultura lo disponen. Un claro ejemplo existe en materia de propiedad intelectual. El copyright es el derecho del individuo sobre su creación en contra de la colectividad; el “copyleft” del Creative Commons considera las creaciones como parte del dominio público, y no como un derecho reservado.
Sin embargo, me pueden objetar una visión apocalíptica del futuro; un futuro que llamo “borgano”: los Borg de la serie de televisión Star Trek, es una civilización de humanoides que combinan lo sintético con lo orgánico, lo que les da mejores capacidades mentales y físicas. Las mentes de todos los Borg están conectadas por implantes corticales a una colmena, una mente colectiva, controlada por la Reina Borg, quien es capaz de suplantar las identidades individuales y los sentimientos personales de sus súbditos, por el placer que causa la liberación del ego a través de neurotransmisores psicotrópicos que les abre las mentes a lo transpersonal, siendo la reina Borg la que domina el ámbito transpersonal. Ello los convierte en drones; lo que piensa un Borg lo comparte con todos los Borg de la colmena. Gracias a esto, si un Borg muere, otro lo reemplaza con el conocimiento del Borg anterior, y puede terminar una tarea sin necesidad de comenzar de nuevo. Los Borg tienen como objetivo primordial el asimilar (transformar seres vivos a Borg) para "mejorar la calidad de la vida en el universo" y alcanzar su propia perfección a través de la incorporación de las características de las especies asimiladas. Con este fin, viajan por la galaxia asimilando otras especies y su tecnología, forzando a los individuos capturados a unirse contra su voluntad al control de la colmena, inyectándoles nanosondas, que transforman partes de su cuerpo en partes mecánicas o sintéticas.
Esa manera borgana de ver el mundo ya existe. Tomemos por ejemplo los blockchains. Hasta la fecha para saber si un documento es auténtico, necesitamos un notario que de fe. Ese notario, al menos en teoría, es una persona muy honesta y muy respetada. Si él dice que es cierto, entonces podremos creerlo. Es un YO notarial. Con el blockchain, tenemos un Excel en línea compartido con todos, y en el cual no se puede cambiar la información si la mayoría no lo avala. Es un Colectivo Borg. Si el notario se muere ya no hay nadie para atestar la veracidad. Si un miembro del blockchain se muere, aun así, el sistema continua, y el miembro es fácilmente remplazado.

De todo lo anterior, lo que probablemente más molesta es la idea de la intrusión en la vida privada de cada uno: no quiero que todo el mundo sepa con quien pase la noche de ayer y lo que hice o no. Sin embargo, son cosas diferentes, aunque se parecen. Manzanas y peras. En efecto, si por ejemplo tengo una relación sexual, la Apple Watch mide mi presión sanguínea, mas no registra con quien estoy y porqué. Otra es la situación que ocurre con Alexa, la inteligencia artificial de Amazon, que ubicada en la casa puede, sin que el usurario lo sepa, grabar voz e imágenes. En este caso, estamos en presencia de una intrusión de la vida privada, lo que no se puede tolerar. En otras palabras, no se trata de ser Borg sin individualidad y vida privada, sino proveedores de datos anonimizados para el GPU.
Por último, señalamos que por ejemplo el GPU ya existe desde hace decenas de años….y se llama INEGI. ¿No respondemos cada x años a sus preguntas? Y ¿porqué contestamos? Porque estamos convencidos de que los datos son anónimos. El INEGI me pregunta si soy gay: en el informe final del INEGI no sale si YO conteste sí o no; sólo sale que x% de la población es gay. Entonces, ¿cuál es la diferencia con el Apple Watch? Pues ninguna.
Ya es tiempo de poner un freno al YO, e integrarnos en lo colectivo. El colectivo no es el fin del individuo, sino la adición de todas las individualidades para formar un colectivo, que a su vez protege y cuida al individuo.

Tal es el postulado del dataismo.








James Graham